Salafismos

El papel del terrorista individual está fijado en el manual de Setmarian, el arquitecto de la yihad global

 

Fuente: elpais.com

23 MAR 2012

Dos noticias relacionadas con el islamismo han aparecido simultáneamente ante la opinión pública. La principal, el trágico episodio del yihadista de Toulouse que se ha saldado con siete muertos, unos militares, otros judíos. La menos grave, el informe policial sobre el imán de Tarrasa que en sus sermones aconseja a los maridos pegar a sus mujeres en caso de desobediencia. En principio, son dos sucesos en los cuales el hecho de coincidir en el islam no debe ocultar las enormes diferencias. Para los yihadistas, la implantación rigurosa de la sharíase da por descontada en caso de su victoria, en tanto que el imán Laarusi desaprobará la vertiente terrorista de la yihad. Desde este punto de vista, son mundos aparte y cualquier confusión solo puede servir para el fomento de la islamofobia.
Ahora bien, en la vertiente opuesta, no cabe ver en Mohamed Merah un simple “lobo solitario”, según advierte en estas páginas Fernando Reinares, que actúa desconociendo lo que es la doctrina islámica. Tampoco cabe presentar las predicaciones de Laarusi como ocurrencias de un musulmán misógino. Por mucho que insistamos en que tales hechos deben separarse cuidadosamente de lo que es la práctica religioso-social y la vocación de convivencia de la mayoría de los musulmanes, no puede ni debe ocultarse que en ambos casos nos encontramos con variantes de la concepción islámica calificable de “salafismo”, cuyos rasgos, como está comprobándose en Egipto y en Túnez, la separan del proyecto de islamización en la modernidad que van asumiendo los herederos de los Hermanos Musulmanes. La ignorancia de este fenómeno es muy grave, y de modo especial en sociedades como la nuestra, y con menos intensidad también la francesa, amenazadas por una creciente xenofobia, difícil de combatir con una angelización del islamismo radical o exhibiendo una ignorancia supina de lo que los libros sagrados del islam, Corán y hadiths, predican sobre las relaciones de género.
Porque el bueno del imán de Tarrasa se limita a predicar a sus creyentes lo que dice el Corán en la azora “Las mujeres”, aleya 4.34: “Pero aquellas cuya rebeldía temáis, amonestadlas, no os acostéis con ellas, pegadles” (versión española de la editorial saudí Darussalam, posiblemente la utilizada por el imán). En su versión más reciente, el salafismo representa el intento de recuperar, desde este ángulo, las formas estrictas del primer islam, en el tiempo de los “piadosos antepasados” (al-salaf al salih) que acompañaron al Profeta. Creen en la necesidad de atenerse punto por punto a la letra del Corán y de las sentencias de Mahoma (hadiths), generando una concepción de la mujer radicalmente incompatible con la igualdad de género postulada entre nosotros. El problema va, pues, mucho más allá de las opiniones de un exaltado y concierne a la integración de la mujer musulmana en nuestra ciudadanía democrática. Y concierne asimismo a quienes intentan afirmar un islam progresista que no puede contentarse con los remilgos del propagandista Tariq Ramadan, quien acaba admitiendo un castigo físico leve con un palito, el siwak, ni con la recomendación del gran experto al-Qaradawi de pegar solo con la mano, como hiciera el Profeta. Igual que sucede con el niqab, la única regla válida es el respeto estricto de los derechos de la mujer, no la aceptación por un colectivo femenino de su servidumbre. Y para ese fin hay que mirar de frente a los textos del Corán y de los hadiths, sin seguir jugando a la gallina ciega, especialmente en la enseñanza.
La edad de oro de la arqueoutopía salafí tiene también una dimensión guerrera, correspondiente a la vocación expansiva del primer islam. Los herederos del wahhabismo saudí que integran Al Qaeda, protagonista Bin Laden, no son unos falsificadores de la doctrina, aunque la endurezcan frente a las “gentes del libro” (judíos, cristianos). Simplemente, como recuerdan sus manuales de formación, subordinan la preeminencia de la doctrina de la fase mequí, con la yihad como esfuerzo espiritual hacia Alá, al protagonismo del Profeta armado, con la yihad como esfuerzo guerrero por su causa. Israelíes y americanos, más sus aliados (ejemplo Francia) heredan de los paganos mequíes el papel de enemigos. La eliminación sanguinaria de los adversarios de la doctrina, judíos en primer plano, está ya en los textos fundacionales (léase la biografía de Ibn Ishaq). Y el papel del terrorista individual, como Merah, se encuentra perfectamente fijado en el manual de Setmarian, el “arquitecto de la yihad global”, de nacionalidad española y al parecer puesto en libertad recientemente en Siria. Así que ni lobo solitario, ni episodio aislado.

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