El renacimiento del islam entre la realidad y el sueño. Aspectos de la cultura musulmana en la Murcia del siglo XIII

Fuente: WebIslam (http://www.webislam.com/?idt=18086)

Es una constante histórica que el esplendor cultural de un estado no coincide casi nunca con el período de auge político, sino que es más tardío, y esto vino a ocurrir en la Murcia musulmana del siglo XIII. Había disfrutado en los años que siguieron al derrumbamiento almorávide un brillante período político, en el que destacó Ibn Mardanish, y aunque después se volviera a imponer la hegemonía africana sobre los reinos musulmanes españoles, ésta no alcanzó la importancia política de sus antecesores ni duró lo suficiente para imponer su impronta religioso-cultural sobre un pueblo que se encontraba desarrollando una floreciente cultura muy superior a la de sus dominadores almohades. Cuando el reino de Murcia vuelve a recuperar su libertad, con el alzamiento de Ibn Hud, su labor cultural continúa su marcha ascendente hasta alcanzar su máximo apogeo.

Centraremos nuestra exposición tan sólo en la figura de Ibn Arabí, en la Madrasa murciana y en la Wizara Isamyya de Orihuela.

Ibn ´Arabi

Nació en Murcia en 1165 y unos años más tarde (1172) se trasladó a Sevilla, donde se educó en las ciencias religiosas y otras disciplinas, entrando en contacto con los principales eruditos y líderes sufíes. Debido al deterioro de la situación en al-Andalus marchó a Oriente en 1201, visitando Egipto, Iraq y Siria y murió en Damasco en 1240, donde sigue venerándose su tumba.

En su juventud llevó una vida licenciosa —como San Agustín o San Francisco de Asís—, pero la influencia de las enseñanzas de algunos sufíes le iniciaron el camino del ascetismo y él autoexamen, transformando así su modo de pensar y convirtiéndose en un verdadero místico tras seguir las escuelas Zahirí y Batani (esotéricas). Optó por una vida de reclusión, empleando la mayor parte de su tiempo en la lectura de textos sufíes, y se consideró inspirado por lo que pensó ser una luz divina que, descendiendo sobre él, llenaba su mente de sabiduría.

Durante sus viajes gozó de gran popularidad y, a menudo, de mucha enemistad, hasta llegar a ser amenazado de muerte en Egipto, lo que no disuadió a sus discípulos de reverenciarlo como maestro, al que denominaban con los sobrenombres de "Vivificador de la religión", "Doctor máximo" y, también, "El hijo de Platón".

Fue Ibn Arabí escritor profundo y buen poeta; se le atribuyen miles de versos y varios centenares de obras, de las que se conservan —según Miguel Asín Palacios— ciento cincuenta de contenido místico. Por regla general su lenguaje es ambiguo y complejo, empleando una terminología que necesita de explicaciones para poder entender el propósito y tendencia de su pensamiento. Sus poemas de amor a una dama de La Meca parecieron tan eróticos al hombre piadoso medio que se vio en la necesidad de explicarlos, insistiendo en que, lejos de ser mundanos o sensuales, iban dirigidos a "la sabiduría y luz divinas, los secretos espirituales, percepciones intelectuales y exhortaciones lícitas", buscó para explicar la unión espiritual del hombre con la divinidad el lenguaje sensual de la íntima unión de los cuerpos, como varios siglos después hicieran los místicos españoles de nuestro Siglo de Oro: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que para expresar la unión del alma con Dios a través del éxtasis utilizarían la fórmula seguida por Ibn ´Arabí.

De entre sus numerosos escritos místicos destacan Fusus d-hikam ( Las Perlas de la sabiduría) y al-Futuhat al-makiyyah (Revelaciones de la Meca) en los que nos instruye sobre los diversos aspectos del sufismo: sus etapas y estados, el camino sufí, las categorías de la perfección mística, la unión de las almas con Dios y el estado final de éxtasis.

Su estilo es abstruso y, quizá de propósito, oscuro, para celar a los ojos de los profanos la doctrina esotérica de su panteísmo místico y teosófico, difícilmente conciliable con la ortodoxia del Islam tradicional. Sus ideas metafísicas dependen de Plotino y de los gnósticos, no directamente, sino a través de síntesis sufíes del Oriente, transportadas a al-Andalus por otro místico hispanomusulman: Ibn Masarra de Córdoba, con cuya escuela está estrechamente emparentada la de Ibn Arabí.

Muy interesante para el conocimiento del sufismo en la época de nuestro personaje, y de su autobiografía y formación es una obra —traducida al español por M. Asín Palacios— titulada Epístola de la Santidad, que nos permite incluso conocer a aquellos que influyeron en su vida espiritual.

Para Ibn Arabí el intelecto humano es incapaz de conocer a Dios, sólo el camino místico, investido de luz divina, conduce a conocerle. La percepción de este conocimiento se alcanza por medio del fana´ que para Ibn Arabí tiene un significado distinto del concepto tradicional sufí de autoanulación y equivale a la superación del pecado, todas las acciones, los atributos, la propia personalidad, la totalidad del mundo, etc., es decir, la superación de la ignorancia y las apariencias hasta alcanzar la verdadera sabiduría.

Para el místico murciano, ni la filosofía, ni la teología, ni ninguna religión concreta son un buen sustituto del camino místico, y describe el viaje de un místico y un filósofo a los siete cielos imitando la ascensión de Muhammad (la paz sea con él). En este pasaje relata las desventajas del filósofo y las claras ventajas del místico-creyente, el cual a lo largo del viaje alcanza la verdad infalible, mientras él filósofo se halla obstaculizado por el escepticismo y la confusión.

Ibn Arabí tuvo un gran número de seguidores, y su influencia se hizo sentir entre musulmanes y cristianos. Asín Palacios señaló la deuda de Dante en la Divina Comedia para con el maestro sufí. Uno de los discípulos fue Ibn Sab'in (1218-1269) de Murcia, que escribió, ya en Ceuta, un manual del sufí. El último sufí destacado de al-Andalus fue Ibn Abbad (1332-1389), la mayor parte de sus obras son sermones y homilías que siguieron recitándose en las mezquitas durante largo tiempo después de su muerte; igualmente importante es su Comentario de las máximas de Ata'allah de Alejandría (m.1309), que define la vida ascética y el camino místico, cuya influencia trascendió del ámbito geográfico del noroeste africano e impregnó la obra del místico español San Juan de la Cruz (t 1591). En este mismo sentido hay que reseñar que el movimiento de los alumbrados que tuvo lugar en la Andalucía del siglo XVI, está más emparentado con esta corriente ascético-mística de influencia sufí que con los iluminados europeos.

La Wizara Islamiyya de Orihuela

En el segundo semestre de 1239, Orihuela decide convertirse en un estado independiente, sublevándose contra Zayyan b. Mardanisn, como también lo hicieron Cartagena, Muía y Lorca.

En Orihuela, con auténtica autonomía política y administrativa se creó un consejo de ministros, la Wizara Isamiyya. Durante algunos años esta ciudad surestina se convirtió en un refugio romántico y político en medio del agitado y anárquico panorama de al-Andalus. Aquí acudirá un elevado número de personalidades movidos por razones de seguridad política, mejora social o simplemente amistad, en su mayoría hombres de letras de todas partes de la península. Hombres de la talla intelectual de Ibn Amira, Abud Husayn, Abu Bark b. al-Murabit, etc. hasta una veintena de literatos y poetas, que constituyeron uno de los círculos políticos y literarios más prestigiosos de al-Andalus en el siglo XIII. Así lo testimonian miles de delicados versos, aún inéditos, y más de un centenar de obras en prosa del más depurado estilo, que Ibn al-Murabit nos ha conservado a través de su Kitab Zawahir al-fikar.

Durante los años de práctica independencia de la Wizara Isamiyya, mantuvo estrechas relaciones afectivas y literarias con el.norte de África, sobre todo con personalidades del mundo de las letras asentadas en Ceuta, Rabat y Bugía, ciudades que mayor afluencia de refugiados andalusíes registraban, y también fue frecuente el intercambio de material bibliográfico.

La Madrasa murciana

En los momentos del protectorado castellano, cuando ya se hallaban lejos al-Qartayanni o Ibn Sabin, sólo hay que destacar la personalidad de al-Ricotí para apreciar cómo durante algún tiempo tuvo lugar en Murcia un encuentro amistoso, de recepción cultural, entre Occidente y Oriente.

Sabemos que muchos sabios musulmanes aprovechando las facilidades que proporcionaba el protectorado castellano sobre el reino musulmán de Murcia marcharon al vecino reino granadino, a Túnez, al Cairo o a Damasco, quizá marcharan los mejores, pero el esplendor cultural musulmán había sido tan grande en el reino murciano, que aún quedaron muchos que pudieron mantener con alta calidad científica, un abierto diálogo con los castellanos o catalanes que acudían al sureste a satisfacer su ansia da saber, y que durante dos décadas pudieron intercambiar ideas y conocer obras nuevas.

Fueron muchos los que acudieron a Murcia respondiendo al proyecto cultural alfonsí, y en ella buscaron las obras que anhelaban y que pudieron traducir y conocer y que hasta entonces no habían estado a su alcance.

El generoso mecenazgo de Alfonso el Sabio hizo resurgir en Murcia un brillante período cultural en el que se produjo una beneficiosa fusión del saber antiguo, atesorado por musulmanes y judíos, con los conocimientos nuevos de los castellanos.

Las diferencias culturales entre unos y otros no eran muy profundas, ya que fueron muchos los descendientes de mozárabes que ocuparon puestos destacados en los reinos de taifas y en la escala cultural islámica, y por otra parte, debemos de tener en cuenta que la cultura cristiana era bien conocida entre los musulmanes españoles. Conforme manifiesta Ribera, en Murcia se hablaba romance en el siglo XI, lo cual explica el que las enseñanzas dadas por el Ricotí a musulmanes, judíos y cristianos se verificaran normalmente en romance.

Esta colaboración no era algo nuevo, tenía ya una tradición y ya había obtenido brillantes resultados en la Escuela de Traductores de Toledo. Alfonso el Sabio, consciente de la alta categoría científica de al-Ricotí, no sólo le conservó en sus derechos y condición social, creando para él una madrasa o estudio en la que enseñaba árabe, hebreo, latín y romance, sino que le hizo valiosos ofrecimientos si se convertía al cristianismo, cosa que no pudo conseguir. Antes de 1272 —posiblemente h. 1266— pasó a vivir en Granada llamado por el rey nazarí, que le otorgó una alta dignidad palaciega. Allí permaneció el resto de su vida gozando de gran estimación y multiplicando sus enseñanzas.

La protección dedicada por Alfonso X a Muhammad al-Ricotí tendía a mantener el alto grado cultural que se había alcanzado en Murcia, y dar a conocer a Castilla y a la cristiandad europea las obras científicas de los sabios musulmanes, especialmence lo que estos conocían o conservaban de la antigüedad clásica, llevando a efecto selectas traducciones. En esta labor intervinieron diversos científicos cristianos, entre los que hay que destacar al primer obispo de la restaurada sede cartaginense, fray Pedro Gallego y junto a él a los franciscanos —sus hermanos de orden— y los dominicos.

Tras algunos años de equilibrio, tolerancia y respeto a los pactos convenidos, se impone la castellanización, con lo que el esplendor cultural del reino musulmán de Murcia pasó muy pronto a ser recuerdo nostálgico de los poetas emigrados a lejanos países. Así, la bella y mielancólica qasida de Ben Said desde Egipto:

Y también, Murcia mía, con tu recuerdo lloro,
¡oh, entre fértiles huertas, deleitosa mansión!
Allí se alzó a mi vista el sol a quien adoro,
y cuyos vivos rayos aún guarda el corazón.
Pasaron estas dichas, pasaron como un sueño;
nada en pos ha venido que las haga olvidar;
cuanto Egipto me ofrece menosprecio y desdeño;
de este mal de la ausencia no consigo sanar.

Notas
(•) Conferencia pronunciada en el I Encuentro Internacional Islámico, Archena (Murcia), 18-21 de julio de 1983.

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