La fea Europa del bostezo

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RAFAEL POCH
(corresponsal de La Vanguardia en Alemania) | 18/10/2010

Dormido y malhumorado, el continente vuelve a ser terreno idóneo para las viejas ideas racistas y el darwinismo social, cuyo avance es patente

En Viena, los ultras del Partido Liberal Austriaco (FPÖ) acaban de doblar su resultado electoral al obtener el domingo el 27% de los votos en las elecciones para la alcaldía de la ciudad. La clave ha sido una campaña centrada en la xenofobia y la hostilidad hacia los emigrantes. En Hungría un partido de extrema derecha, el Fidesz, que gobierna la nación con mayoría de dos tercios en el parlamento, acaba de hacerse con la mayoría en todos los parlamentos locales y en todas las grandes ciudades del país, excepto una, Szeged, confirmando su conquista total del Estado.

Por primera vez en 65 años, Budapest tendrá un alcalde de extrema derecha, cuyo partido se ha hecho con casi 600 de los 649 puestos de alcalde y jefe de administración del país. En tres distritos del oeste los neofascistas del Jobbik se han convertido en la segunda fuerza política de Hungría, por delante de los socialdemócratas.

En Alemania, más de una tercera parte de los ciudadanos cree que una Alemania sin Islam sería mejor, un 55% declara que los árabes le son "desagradables", y un 58% considera que "habría que prohibir la práctica de su religión".

La crisis está derechizando el espacio de centro en toda Europa, colando concepciones "ultras" en el centro del discurso político, sugiere un estudio que acaba de publicar en Berlín la Fundación Friedrich-Ebert, situada en la órbita del Partido Socialdemócrata, SPD (http://library.fes.de/pdf-files/do/07504.pdf). La conclusión del estudio es que las posiciones ultras, "decididamente antidemocráticas y racistas", así como la aceptación del darwinismo social (sobreviven los más fuertes) y de la desigualdad, han conocido un incremento en 2010. Aumenta el "potencial antidemocrático" de la sociedad, y el antiislamismo podría ser su termómetro esencial.

Fiesta nacional

El 3 de octubre con motivo de la fiesta nacional alemana, el Presidente alemán, Christian Wulff, un católico conservador, pronunció un discurso institucional en el que entre otras cosas dijo que, "el Islam también pertenece a Alemania". Fue un discurso para contentar a todos, en el que Wulff también se refirió a las "ilusiones multiculturales" y denunció las supuestas resistencias de los emigrantes a adaptarse, así como a los pobres que viven del Estado social de forma indolente. Pero el discurso también incluyó esa referencia aperturista hacia el Islam.

Hace cuatro años, en 2006, el actual Ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, dijo en el Bundestag algo muy parecido a lo de Wulff ("el Islam es parte de Alemania y parte de Europa, parte de nuestro presente y de nuestro futuro"), pero entonces la declaración no provocó reacciones. Ahora la derecha, e incluso sectores de la socialdemocracia, ha expresado su desagrado por esa banal afirmación, que no hace sino reconocer la realidad de cuatro millones de musulmanes viviendo en Alemania, la mitad de ellos con pasaporte alemán.

"Los intentos de construir una sociedad multi-cultural en Alemania han fracasado, han fracasado por completo", dijo el sábado la canciller Merkel. "La imagen cristiana de humanidad es lo que nos define, quienes no lo acepten están de más aquí", ha dicho. Sobre esa ola, la Ministra de Familia, Kristina Schröder, ha denunciado la "discriminación étnica" que los niños alemanes sufren en colegios con abundancia de emigrantes. Su colega de Educación, Annette Schavan, anuncia que los imanes serán formados en universidades alemanas, donde se les pueda aplicar, "el rigor académico alemán", y el Presidente del Partido Liberal (FDP), Christian Lindner, pide que se considere la obligatoriedad de que los niños hablen solo alemán en los colegios, pues donde hay muchos emigrantes a veces en el recreo a muchos les sale hablar en turco. El Presidente del Land de Hesse (CDU), Volker Bouffier dice que "el Islam no pertenece a la república". Toda una legión de políticos conservadores han rivalizado en consideraciones sobre la incompatibilidad del Islam con la constitución alemana, cuyo artículo cuarto consagra la libertad de culto y pensamiento, y se han llenado la boca con referencias a la "tradición judeocristiana" del país.

"Los políticos están invocando el fundamento judeocristiano de Alemania con una vehemencia apenas imaginable, por desgracia eso obedece a un intento muy obvio de utilizar el judaísmo en Alemania en un frente de batalla contra el Islam", dice Stephan Kramer, secretario general del Consejo Central de los judíos en Alemania.

El estudio de la fundación Friedrich-Ebert apunta hacia la sugerencia de Kramer: que se está produciendo una transferencia de agresividad hacia el Islam desde los tradicionales antisemitismo y xenofobia. El fenómeno refleja muchas veces pura ignorancia y miedo de súbdito provinciano. Así lo sugiere una significativa encuesta del diario Bild según la cual el porcentaje de alemanes que opina que los musulmanes no aceptan la constitución (59%) es mucho mayor (hasta llegar al 70%) en el Este del país, donde casi no hay musulmanes (un 2%), ni la menor experiencia de convivencia con ellos.

La extrema derecha se sitúa en el centro

El panorama europeo sugiere una enfermedad continental en la que las ideas de la extrema derecha, se están instalando en el centro del espacio y del discurso político. El filósofo esloveno Slavoj Zizek constata un "reajuste del espacio político europeo" en el que la tradicional bipolaridad de una fuerza política de centro-derecha (democristiana, liberal o popular) alternando con otra de centro izquierda (socialdemócrata o socialista), está siendo sustituida por otra en la que una fuerza centrista liberal en asuntos de minorías, compite con una fuerza antiemigrante, flanqueada por grupos neofascistas. Esa nueva constelación ya es una realidad en países como Polonia, Holanda, Noruega, Suecia y Hungría, dice.

El contexto, explica Zizek en el semanario alemán "Der Freitag", es una crisis que ha instalado a Europa en una especie de "estado económico de excepción permanente" dominado por políticas de austeridad y recortes sociales que escapan a toda soberanía y opción electoral. En una observación más amplia, habría que mencionar también la ausencia de una política de izquierdas, desde que hace veinte o treinta años los partidos establecidos que se reclamaban de ella –fundamentalmente socialistas y socialdemócratas, pero también los verdes en Alemania- abrazaron el neoliberalismo, y con éste, el programa económico de la derecha, reduciendo casi los atributos de izquierda a aspectos de gestión del Estado social o a una interpretación más liberal de derechos civiles, como la tolerancia hacia el aborto.

Desde Portugal a Polonia, esa abdicación izquierdista, sobre todo de una política económica y medioambiental alternativa vinculada a los valores de solidaridad y nivelación social, está en el origen del vacío y la pasividad de amplios sectores sociales que convierte a Europa en un continente socialmente dormido, en vivo contraste con la vitalidad socioeconómica de Asia o la inquietud política de América Latina.

Nuevo chivo expiatorio

En Europa, el absentismo electoral y la sensación de desposesión campan a sus anchas. En Viena ha votado el 55% del censo. En Hungría el 46%. En Alemania, un 90% hace suya la afirmación, "considero inútil meterme en política" y un 94% estima que, "la gente como yo, no tiene, en cualquier caso, ninguna influencia en lo que hace el gobierno".

Esta Europa del bostezo, socialmente malhumorada por los recortes, hostil a todos los políticos y, al mismo tiempo, manifiestamente pasiva, presenta un óptimo terreno para la extrema derecha. Con la ingenua pregunta del año 2008, "¿Quien pagará la crisis?" completamente aclarada por una política decidida en Bruselas contra la que poco pueden hacer los gobiernos nacionales, parece llegado el momento de encontrar un chivo expiatorio hacia el que dirigir la agresividad generada por la frustración y la impotencia ante los retrocesos sociales que la salvación de los bancos impone a la mayoría.

La Europa de la primera década del siglo XXI anda en busca de lo que en los años treinta y cuarenta del siglo pasado representaron los judíos. Los trabajadores emigrantes y, en especial los musulmanes, son el recurso del momento y la gran válvula de escape. Esta "nueva barbarie es regresiva respecto al amor al prójimo cristiano", dice Zizek. "Aunque se presente como una defensa de valores cristianos, contiene la mayor amenaza al legado cristiano", señala el filósofo de Liubliana.

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