Las entretelas del burka

Fuente: larioja.com 04/02/10
FERNANDO ITURRIBARRÍA

La Francia laica, feminista y cosmopolita ha emprendido una cruzada contra el burka y el niqab, las indumentarias con que se cubren por completo algunas mujeres musulmanas. En las entretelas de ese ataúd textil, mortajas de la libertad femenina, se vislumbra el auge de un islam neoconservador de rechazo a los valores y modo de vida occidental, que encuentra terreno abonado en la discriminación social y económica de las poblaciones de origen inmigrante.

En Francia, donde están prohibidas las estadísticas en función de la religión, se calcula que hay entre cinco y seis millones de musulmanes. Según una encuesta publicada en agosto del 2009, las personas que declaran ser de confesión musulmana representan el 5,8% de la población. De ellas, el 33% dicen ser practicantes, frente a un 37% en 1989, que frecuentan las 90 mezquitas y 1.800 salas de culto repartidas por el país.

Mucho más complicado es conocer el número exacto de usuarias del velo integral. Las estimaciones oficiales indican que las mujeres concernidas son unas 1.900: jóvenes, pues las tres cuartas partes tienen menos de 40 años, mayoritariamente francesas y una de cada cuatro es conversa. Estos cálculos, elaborados por la subdirección de información general del Ministerio del Interior, son una extrapolación a partir del número de lugares de culto adeptos del salafismo, corriente ultra-rigorista del islam que predica una interpretación del Corán al pie de la letra.

Entre sus preceptos figura la exigencia de que las mujeres sólo pueden salir con velo.
Es una tendencia minoritaria a la que se atribuyen unos 12.000 adeptos, pero que va creciendo: en el 2004 eran un poco más de 5.000 y hace diez años se contaban por centenas, según datos de los servicios secretos que tienen estrechamente vigilados a los 90 imanes del movimiento fundamentalista. Desde el 2001 han sido expulsados de Francia 129 islamistas radicales, la mayor parte salafistas, entre los que había 29 imanes. La última expulsión data del 10 de enero y afectó al egipcio Ali Ibrahim el-Soudany, que fue enviado a su país por apología de la guerra santa.

En el contexto del ascenso del integrismo musulmán, las autoridades francesas perciben el velo como un emblema político cuya dimensión provocadora es directamente proporcional a su longitud. De ahí que hayan decidido librar batalla a lo que consideran el caballo de Troya de un movimiento radicalizado en las franjas más pobres de la población, proclives a colocarse en una lógica de lucha por resentimiento u opresión.

«Los salafistas reclutan sobre todo entre los jóvenes de los barrios populares, pues es la única oferta religiosa que les parece legítima y auténtica», explica el sociólogo Samir Amghar. A juicio de este especialista, lo que atrae a estos marginados, tanto procedentes de la inmigración como autóctonos convertidos, es «el discurso de ruptura con una sociedad que les devuelve una imagen de perdedores». Este análisis remite a la visión del burka como el síntoma, religiosamente patológico, de un malestar existencial ante una sociedad hostil. El velo integral sería un medio de autoprotección y autodefensa en reacción a un sistema occidental considerado impío.

Es la tesis defendida por el filósofo Abdennour Bidar para quien «el burka expresa un deseo personal de existir». Desde el punto de vista del autor del ensayo 'El islam sin sumisión, por un existencialismo musulmán', la prenda de la discordia puede ser interpretada como «una de esas rebeliones, vestimentariamente expresadas, de la individualidad contemporánea contra la dictadura de la uniformidad y la pura apariencia».

Desnudas en las vallas publicitarias
Mientras los judíos no han emitido ninguna opinión oficial, las demás religiones monoteístas coinciden en pronunciarse contra el burka y contra la idea de prohibir su uso por ley. El Consejo Francés del Culto Musulmán recuerda que ningún versículo del Corán estipula que las mujeres deban cubrirse el rostro. Pero considera que una ley contribuiría a estigmatizar la religión musulmana, a alimentar la islamofobia y a provocar un sentimiento de injusticia incluso entre quienes son hostiles al velo integral.

La Iglesia católica es contraria al burka porque oculta la cara, expresión de la persona. Pero se opone a la ley por tres motivos: trata un síntoma y no su causa, hace el juego de los radicales mientras fragiliza al islam moderado y ya hay legislación en vigor sobre las necesidades de identificación y seguridad. El cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París, se muestra reticente a la idea de que los poderes públicos se inmiscuyan en la forma de vestirse. «Entonces también deberían ocuparse de la manera de desvestirse. ¿Qué dicen de las vallas publicitarias con mujeres desnudas para vender coches?».

Comentarios